Las lágrimas brotaban de sus ojos sangrantes mientras permanecía en la concurrida esquina de la calle, rogando desesperadamente a cualquiera que pasara. Era una madre perra delgada, sus costillas visibles debajo del pelaje enmarañado que se aferraba a su cuerpo huesudo. Estaba claro que se había agotado dando todo lo que tenía para alimentar a sus seis preciosos cachorros, pero el miedo y el hambre la habían llevado a este punto y no se atrevía a acercarse a los humanos que pasaban apresuradamente.
Observé desde la distancia, mi corazón se rompía por esta madre y sus cachorros. La ciudad siempre había sido un lugar duro para los callejeros y no podía entender cómo la gente podía ignorar sus gritos desesperados de ayuda. Ella estaba junto a sus cachorros, ferozmente protectora, a pesar de su propio sufrimiento. Su devoción era conmovedora y desgarradora.
Esta era la primera vez que habían probado algo que se parecía a una comida adecuada. La madre perra y sus cachorros tenían que competir con los otros perros grandes, los que gobernaban esta implacable jungla urbana. Un alma bondadosa les había dejado un cuenco de comida y, por un momento, pudieron comer sin miedo.
Cuando me acerqué con precaución, la madre perra me observó atentamente desde lejos. Su postura era defensiva. Entendía su miedo; una vida de maltrato y abandono había grabado la precaución en lo más profundo de su alma. Pero no tenía intención de hacerle daño a ella ni a sus cachorros. Traje comida, agua y una sonrisa amable.
La madre perra aún me observaba desde la distancia, sus ojos eran una mezcla de desconfianza y anhelo, entre sus instintos de proteger a sus crías y el deseo de alimentarse. Al colocar la comida frente a ella, retrocedí para darle espacio para acercarse. Lo hizo cautelosamente, sus fosas nasales temblaban mientras se llenaban con el olor de la comida. Los cachorros, sintiendo su cambio de disposición, se acercaron más al festín, sus colitas temblaban de emoción.
Fue un momento de alivio verlos comer con ganas, sus diminutos cuerpos ganando fuerza. No pude evitar derramar lágrimas por estas criaturas vulnerables. Poco a poco, la madre perra se sintió lo suficientemente segura como para unirse a sus cachorros en la comida. Comió con un hambre que hablaba de días sin sustento, pero seguía vigilante, con un ojo en su prole y otro en mí.
No me moví demasiado rápido, permitiéndole acostumbrarse a mi presencia. Con el paso de los minutos, la madre perra y sus cachorros terminaron su comida. Los ojos de la madre, aunque aún llenos de dolor, ahora tenían un destello de gratitud. Había reconocido que mis intenciones no eran malas.
No pude contener mis lágrimas mientras observaba a esta pequeña familia. Estos cachorros, no mayores de unas pocas semanas, necesitaban ayuda más que nunca. Fue una pequeña victoria en el gran juego de los desafíos de la vida, pero fue una victoria no obstante.
A medida que el sol comenzaba a ponerse y la ciudad continuaba su ritmo a nuestro alrededor, supe que el viaje estaba lejos de terminar. Había un largo y difícil camino por delante, pero por este momento, bajo la luz del día que se desvanecía, la madre perra y sus cachorros tenían un destello de esperanza en sus ojos.